El estilo educativo es la forma de actuar de los adultos respecto a los menores en situaciones cotidianas, cuando hay que tomar decisiones o cuando hay que resolver conflictos, es una combinación entre el afecto, la comunicación y el control, una tendencia de cada adulto que tiene una influencia determinante en el desarrollo de la personalidad de los niños. Responde a la manera de cómo el adulto interpreta las conductas de los menores, y a la visión que tiene del mundo. Aunque cada niño es único y responde de manera diferente, la forma en que los padres o educadores interactúan con ellos afecta a aspectos claves como la autoestima, la capacidad de socializar y la forma en que se enfrentan al mundo. Desde una educación más estricta hasta una permisiva, todos los estilos tienen efectos tanto positivos como negativos, con excepción del estilo negligente, que, en la mayoría de los casos, genera consecuencias más graves. Hoy en día, la tendencia es la sobreprotección y permisividad, que lleva a dificultades en la adaptación y baja tolerancia a la frustración.
¿Qué son los estilos educativos?
Los estilos educativos se refieren a los métodos y estrategias que los padres o cuidadores utilizan para guiar, disciplinar y criar a sus hijos. Estos estilos no son rígidos y a menudo varían según las situaciones o las circunstancias. Sin embargo, en general, los padres tienden a adoptar un enfoque predominante. Según los estudios psicológicos, existen cuatro grandes estilos educativos: autoritario, permisivo, democrático y negligente. Cada uno de estos estilos tiene un impacto particular en el desarrollo de la personalidad de los niños.
Estilo autoritario: "se hace así porque yo lo digo".
Los adultos autoritarios son estrictos y exigen obediencia absoluta, con normas abundantes y rígidas. Establecen reglas claras y esperan que se sigan sin cuestionamientos. Los adultos ofrecen poco apoyo, poca comprensión. La relación se basa en la autoridad, se potencia el castigo de lo negativo y se minimiza los logros. Existe una falta de afecto y de recompensas. Los adultos exigen sin razones, con más castigos y prohibiciones que premios, con críticas a la persona, y con poco control de impulsos, sin dialogar ni negociar.
Impacto en la personalidad: los niños educados bajo un estilo autoritario suelen ser obedientes y responsables, pero a menudo carecen de confianza en sí mismos. Es posible que crezcan con la creencia de que sus opiniones no importan o que necesitan la aprobación de otros para sentirse validados. Aunque este estilo puede fomentar el respeto por la autoridad y el cumplimiento de normas, puede tener efectos negativos, como la baja autoestima, inseguridad y dificultad para tomar decisiones de manera autónoma, agresividad y/o sumisión. Rebeldía por impotencia. Actitud de huída o engaño. Rigidez.
Estilo sobreprotector: "a mi hijo que no le falte de nada".
El estilo permisivo, en contraste con el autoritario, es indulgente y evita la imposición de normas o límites estrictos, se establecen pocas normas o no se aplican. Los adultos consideran que los menores no están preparados (la relación está basada en la protección) , conceden todos los deseos, son excesivos en premios, no castigos, justifican o perdonan todos los errores, se intentan evitar todos los problemas. Intentan controlar la vida de los hijos por métodos que a veces se convierten en chantaje emocional. En lugar de hacerles entender la consecuencias de sus actos, se les protege siempre. Los límites entre los roles son difusos. Dificulta la independencia de los menores, se les permite hacer cualquier cosa, con tal de tenerlos cerca en alianza. Los padres permisivos, no potencian la toma de decisiones, dificultando la independencia. Hay exceso de preocupación y de cariño. Tienden a ser afectuosos y a evitar la confrontación con sus hijos, prefiriendo un enfoque más relajado en la crianza. Si bien esto puede favorecer una relación cercana y afectuosa entre padres e hijos, la falta de estructura puede generar dificultades en la autodisciplina y la regulación emocional.
Impacto en la personalidad: los niños que crecen en un entorno permisivo suelen tener una alta autoestima, pero pueden luchar con la disciplina personal y la toma de responsabilidades. La ausencia de límites claros puede llevarles a desarrollar comportamientos impulsivos o una baja tolerancia a la frustración, con dependencias emocionales, inseguridades, y actitudes egoístas.
Estilo democrático:
Este estilo busca el equilibrio entre la autoridad y la libertad. Los adultos establecen normas claras y adecuadas a la edad, con un uso razonable de premios y castigos, con un uso del refuerzo verbal positivo, estimulando la independencia y la autonomía Los padres democráticos son comprensivos, cariñosos y firmes, por ejemplo, con un menor no es debatible ni negociable ir o no al médico. Establecen reglas, pero están abiertos al diálogo y a las necesidades del niño. Se fomenta la autonomía y la toma de decisiones, mientras que se ofrece apoyo emocional constante. Hay un control firme, pero no rígido. Existen derechos y deberes en la familia. Se establecen normas razonadas y límites claros, aunque no inflexibles. Se fomentan valores y principios que gradualmente promueven la autonomía, Se basa en el afecto, autoridad y libertad. Son relaciones basadas en el respeto mutuo, normas realistas, consistentes, coherentes y negociadas. Se prioriza el premio frente al castigo. Se fomenta la autonomía con una autoridad firme y razonada.
Impacto en la personalidad: el estilo democrático es considerado por muchos expertos como el más beneficioso para el desarrollo emocional y social. Los niños que crecen en este entorno suelen ser autónomos, responsables y capaces de resolver problemas de manera eficaz. Este estilo fomenta una autoestima saludable y habilidades sociales sólidas. Con un buen aprendizaje para tomar decisiones y del respeto a las normas.
Estilo negligente o permisivo: "no tengo que decirle a mi hijo lo que tiene que hacer".
A diferencia de los otros estilos, el estilo negligente implica una falta de implicación y cuidado por parte de los padres. Este estilo se caracteriza por la ausencia de apoyo emocional y de orientación en la vida del niño. La negligencia, en este sentido, puede causar un daño significativo en el desarrollo psicológico y emocional del niño. Las normas son laxas o no se aplican, se evitan los conflictos, se deja de hacer y hay una actitud evasiva, delegan en otros la educación de los niños, no hay ni premios, ni castigos (indiferencia), no hay modelos de referencia. Prevalece la falta de implicación afectiva de las personas adultas de referencia y el abandono en su función educativa. Se expresa un mensaje de descontento hacia los hijos/a, pero sin actuación para que cambien. Hay indiferencia ante las normas, excesiva tolerancia, falta de orientación y apoyo, carencia de autoridad, no hay receptividad por las necesidades de los hijos, baja exigencia y no acompañamiento en el aprendizaje. Actitud inhibicionista sin ejercer control ni cariño.
Impacto en la personalidad: los niños criados en un entorno negligente pueden experimentar problemas graves de autoestima, falta de confianza y dificultades en las relaciones interpersonales. Suelen sentirse abandonados, lo que puede generar comportamientos disfuncionales en la adultez. Desarrolla inseguridad, inconstancia, bajo rendimiento escolar, falta de motivación, baja tolerancia a la frustración, y cambios frecuentes de humor. Lo único positivo de este estilo podría ser la compasión que se genera hacia el adulto negligente.
Tendencia actual: la sobreprotección:
En las últimas décadas, hemos visto un aumento de la sobreprotección en la crianza. Los padres, preocupados por el bienestar de sus hijos, a menudo tratan de protegerlos de cualquier inconveniente o fracaso. Si bien la intención es noble, la sobreprotección puede tener efectos negativos a largo plazo. Los niños que no enfrentan desafíos por sí mismos tienen menos oportunidades de aprender a resolver problemas y lidiar con la frustración.
Impacto en la personalidad: la sobreprotección puede generar niños con baja tolerancia a la frustración, dificultades para adaptarse a nuevas situaciones y una dependencia excesiva de los padres. Esto puede repercutir negativamente en su capacidad para afrontar los desafíos en la vida adulta, tanto a nivel personal como profesional.
¿Cómo los estilos educativos moldean la personalidad?
Cada estilo educativo fomenta ciertos rasgos de personalidad en los niños. Por ejemplo, un estilo autoritario puede llevar a personalidades más reservadas y temerosas de la autoridad, mientras que un estilo democrático puede fomentar personalidades más seguras y asertivas. En este sentido, los estilos educativos no solo afectan cómo los niños se comportan, sino también cómo ven el mundo y a ellos mismos.
El equilibrio entre la disciplina, el afecto y la libertad es clave para moldear una personalidad equilibrada, capaz de enfrentarse a los retos de la vida con confianza y autonomía.
Cómo guiarnos hacia un estilo democrático:
Tendiendo el máximo afecto, aceptando a los menores con sus cualidades y defectos, valorando lo positivo y fomentando sus capacidades. Hacerle ver que es digno de confianza, teniendo en cuenta la etapa evolutiva en la que se encuentran y ajustando el sistema normativo al momento evolutivo de los menores. Con un marco normativo coherente, compartido y estable. Sin improvisar en el momento de enfado, comunicándonos de forma asertiva.
Como conclusión, los estilos educativos tienen un impacto muy profundo y duradero en el desarrollo de la personalidad. Todos los estilos, presentan aspectos positivos y negativos, excepto el negligente que lo único positivo podría ser la compasión hacia el adulto. Es fundamental que los padres o educadores sean conscientes de su influencia en los menores. Si bien no existe un estilo perfecto, es importante adoptar una educación equilibrada que fomente tanto la autodisciplina como la autoestima y el bienestar emocional. En última instancia, el objetivo es formar individuos que sean capaces de enfrentar la vida con seguridad, asertividad, resiliencia y empatía.